Existe en nuestra sociedad un aparato de dominación destinado, en última instancia, a perpetuar las relaciones de producción, vale decir, relaciones de explotación. De allí emerge, como he dicho muchas veces, toda una concepción de lo sano y lo enfermo que legitima un tipo de adaptación a la realidad, una forma de relación consigo mismo y con el mundo, acrítica, ilusoria y alienante.
Este aparato de dominación tiene sus cuadros en psiquiatras, psicólogos y otros trabajadores del campo de la salud que vehiculizan, precisamente, una concepción jerárquica, autoritaria, y dilemática y no dialéctica de la conducta. Son líderes de la resistencia al cambio, condicionantes de la cronicidad del paciente, al que tratan como a un sujeto “equivocado”. Se incapacitan para comprometerse, también ellos, como agentes-sujetos de la tarea correctora
(Zito Lema, 1993,p.82).