Más allá de distintas miradas y posicionamientos frente al complejo tema del género, creo que, cuando estamos con las manos en la masa, cuando hemos podido escuchar y tener sensibilidad sobre lo que sienten hombres y mujeres, podemos reflexionar de manera más rica y acercarnos a una intervención más eficaz.
Se piensa mucho sobre el modo de vida pero se sistematiza poco sobre ello. La vida cotidiana es un ámbito de estudio que, a veces, desde las ciencias sociales se mira con desdén, como si todos la conociéramos, como si no mereciera una mirada objetiva, un trabajo sistemático y científico.
Sin embargo, es difícil sostener el bienestar y la salud individual, dentro del malestar general o colectivo. Esto nos llevó a correr la mirada, centrada en la patología individual, hacia una mirada más amplia que permite pensar cómo vive la gente, cómo es su vida cotidiana.
En este sentido, ahondando en el análisis de la vida cotidiana como ese escenario donde se desarrollan las relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza en función de sus necesidades, encontré que hay muchos malestares que la gente no analiza ni cuestiona porque se consideran normales, por lo que no generan una demanda específica, quedan en la cultura de la queja, y fuera de los ámbitos o tareas de la prevención o asistencia. Sin embargo, generan un alto costo en la salud de la población.
Es por esto que me interesó trabajar los malestares de la vida cotidiana y realizar estudios sistemáticos para no quedar en el plano del “yo opino, me parece que los adolescentes…, que los hombres… que las mujeres…”.
Esto nos llevó a sistematizar los Indicadores Diagnósticos de la Población, y acuñar el concepto de Normalidad Supuesta Salud, aportes esenciales que hacen al cuerpo de la Metodología de los Procesos Correctores Comunitarios.